Revisando el mito: anti-sionismo no es antisemitismo - Peter Beinart


Revisando el mito: anti-sionismo no es antisemitismo.
Por Peter Beinart
Es un momento desconcertante y alarmante para ser judío por dos razones. Por una parte, porque el antisemitismo está en aumento y, por la otra, porque muchos políticos responden a él victimizando a los palestinos en lugar de buscar proteger a los judíos.
El 16 de febrero de 2019 miembros del movimiento de protesta “Chalecos Amarillos” de Francia lanzaron insultos antisemitas contra el distinguido filósofo judío francés Alain Finkielkraut. El 19 de febrero se encontraron esvásticas en 80 lápidas en Alsacia. Dos días después, el presidente francés Emmanuel Macron, después de anunciar que Europa “estaba enfrentando un resurgimiento del antisemitismo no visto desde la Segunda Guerra Mundial”, reveló nuevas medidas para combatirlo.
Alain Finkielkraut, filósofo francés objeto de injurias por un grupo de chalecos amarillos (AFP)

Entre ellos se encontraba una nueva definición oficial de antisemitismo. Esa definición, elaborada por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), incluye entre sus “ejemplos contemporáneos” de antisemitismo “negar al pueblo judío su derecho a la auto-determinación”. En otras palabras, el anti-sionismo es odio a los judíos.
Al hacerlo, Macron se unió a Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos y otros treinta gobiernos. Y como ellos, cometió un trágico error. El anti-sionismo no es intrínsecamente antisemita, y al afirmarlo, utiliza el sufrimiento judío para borrar la experiencia palestina.
Sí, el antisemitismo está creciendo. Sí, los líderes del mundo deben combatirlo con valor. Pero en palabras de un gran pensador sionista: “Este no es el camino”.
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El argumento de que el anti-sionismo es inherentemente antisemita se basa en tres pilares. El primero es que oponerse al sionismo es antisemita porque niega a los judíos lo que otros pueblos disfrutan: un Estado propio. En 2017 el senador demócrata, Chuck Schumer declaro que es antisemitismo “La idea de que todos los demás pueblos pueden buscar y defender su derecho a la autodeterminación, pero los judíos no pueden”.
Como dijo el año pasado David Harris, jefe del Comité Judío Estadounidense: “Negar al pueblo judío, de entre todos los pueblos de la Tierra, el derecho a la autodeterminación seguramente es discriminatorio”.
¿Todos los pueblos de la tierra? Los kurdos no tienen su propio Estado. Ni los vascos, catalanes, escoceses, cachemires, tibetanos, abjasios, osetos, lombardos, igbos, oromos, uigures, tamiles, quebequenses, ni decenas de otros pueblos que han creado movimientos nacionalistas para buscar la autodeterminación, pero no lo lograron.
Sin embargo, casi nadie sugiere que oponerse a un Estado kurdo o uno catalán te convierta en un fanático anti-kurdo o anti-catalán. Se reconoce ampliamente que los Estados basados ​​en el nacionalismo étnico (Estados creados para representar y proteger a un grupo étnico en particular) no son la única forma legítima de garantizar el orden público y la libertad individual. A veces es mejor fomentar el nacionalismo cívico, un nacionalismo construido alrededor de fronteras en lugar de herencia: hacer que la identidad española sea más inclusiva para los catalanes o la identidad iraquí que incluya a los kurdos, en lugar de dividir esos estados multiétnicos.
Uno pensaría que los líderes judíos entenderían esto. Uno pensaría que lo entenderían porque muchos de los mismos líderes judíos que llaman a la autodeterminación nacional un derecho universal se sienten cómodos negándoselo a los palestinos.
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El argumento número dos es una variación de este tema. Tal vez no sea intolerante oponerse a la búsqueda de un Estado para un pueblo. Pero es intolerante quitarle la condición de Estado una vez que se logra. “Una cosa es argumentar, en el simulacro de los acontecimientos históricos, que Israel no debería haber surgido”, argumentó el columnista del New York Times, Bret Stephens, a principios de febrero pasado. Sin embargo, “Israel es ahora el hogar de casi nueve millones de ciudadanos, con una identidad que es tan distintiva y orgullosamente israelí como los holandeses son holandeses o los daneses, daneses. El anti-sionismo propone nada menos que la eliminación de esa identidad y el despojo político de quienes la aprecian”.
Sin embargo, no es intolerancia intentar convertir un Estado basado en el nacionalismo étnico - un Estado diseñado para proteger y representar a un grupo étnico - en un Estado basado en el nacionalismo cívico, en el que ningún grupo étnico disfruta de privilegios especiales.
En el siglo XIX, los afrikáners crearon varios países, entre ellos el Transvaal y el Estado Libre de Orange, diseñados para cumplir su búsqueda de autodeterminación nacional. Luego, en 1909, esos dos estados afrikáners se fusionaron con dos estados dominados por blancos de habla inglesa para convertirse en la Unión de Sudáfrica (más tarde, la República de Sudáfrica), que ofrecía una especie de autodeterminación nacional a los sudafricanos blancos.
El problema, por supuesto, fue que las versiones de autodeterminación sostenidas por Transvaal, el Estado Libre de Orange y el apartheid de Sudáfrica excluyeron a millones de negros viviendo en sus fronteras.
Esto cambió en 1994. Al terminar con el apartheid, Sudáfrica reemplazó un nacionalismo étnico afrikáner y un nacionalismo racial blanco por un nacionalismo cívico que abarcó a personas de todas las etnias y razas. Se inauguró una constitución que garantizaba “el derecho del pueblo de Sudáfrica en su conjunto a la autodeterminación”. Eso no fue intolerancia, sino lo opuesto.
No considero a Israel un Estado de apartheid. Pero su nacionalismo étnico excluye a muchas de las personas bajo su control. Stephens señala que Israel contiene casi nueve millones de ciudadanos. Lo que no menciona es que Israel también contiene cerca de cinco millones de no ciudadanos: los palestinos que viven bajo el control israelí en Cisjordania y la franja de Gaza (sí, Israel todavía controla Gaza) sin derechos básicos en el Estado que domina sus vidas.
Una razón por la que Israel no les da a estos palestinos la ciudadanía es porque, como un Estado judío diseñado para proteger y representar a los judíos, quiere retener a una mayoría judía, y dar a cinco millones de palestinos el voto pondría en peligro eso.
Incluso entre los nueve millones de ciudadanos de Israel, aproximadamente dos millones -los llamados “árabes israelíes”- son palestinos. Stephens dice que anular el sionismo significaría el “despojo político” de los israelíes. Pero, según las encuestas, la mayoría de los ciudadanos palestinos de Israel lo ven de manera opuesta. Para ellos, el sionismo representa una forma de desposesión política. Debido a que viven en un Estado que privilegia a los judíos, deben soportar una política de inmigración que permite a cualquier judío en el mundo obtener una ciudadanía israelí instantánea, a pesar de que hace prácticamente imposible la inmigración palestina a Israel.
Viven en un Estado cuyo himno nacional habla del “alma judía”, cuya bandera muestra una Estrella de David y que, por tradición, excluye a los partidos palestinos de Israel de sus coaliciones de gobierno. Una comisión creada en 2003 por el propio gobierno israelí describió el “manejo del sector árabe” por parte de Israel como “discriminatorio”.
Mientras Israel siga siendo un Estado judío, ningún ciudadano palestino puede decirle a su hijo o hija que puede convertirse en primer ministro del país en el que vive. De esta manera, la forma de nacionalismo étnico de Israel -el sionismo- niega la igualdad a los no judíos que viven bajo el control israelí.
Mi solución preferida sería que Cisjordania y la franja de Gaza se conviertan en un Estado palestino, dando así a los palestinos en esos territorios la ciudadanía en un país propio étnicamente nacionalista (esperando que sea democrático). También trataría de hacer que el nacionalismo étnico de Israel sea más inclusivo, entre otras cosas, agregando una estrofa al himno nacional de Israel que reconozca las aspiraciones de sus ciudadanos palestinos.
Pero, en un mundo posterior al Holocausto donde el antisemitismo sigue siendo terriblemente frecuente, quiero que Israel siga siendo un Estado con una obligación especial de proteger a los judíos.
Sin embargo, buscar el reemplazo del nacionalismo étnico de Israel por el nacionalismo cívico no es intrínsecamente fanático. El año pasado, tres miembros palestinos de la Knéset presentaron un proyecto de ley para convertir a Israel de un Estado judío en un Estado para todos sus ciudadanos”. Como uno de esos miembros de la Knéset, Jamal Zahalka, explicó: “No negamos a Israel ni a su derecho a existir ni como un hogar para los judíos. Simplemente estamos diciendo que queremos basar la existencia del Estado no en la preferencia de los judíos, sino sobre los fundamentos de la igualdad ... El Estado debe existir en el marco de la igualdad, y no en el marco de preferencias y superioridad”.
Uno podría objetar que es hipócrita que los palestinos intenten derogar la condición de Estado judío dentro de los límites originales de Israel mientras promueven la condición de Estado palestino en Cisjordania y Gaza. También se podría preguntar si la visión de Zahalka de la igualdad judía y palestina en un Estado post-sionista es ingenua, dado que los poderosos movimientos palestinos como Hamás no quieren la igualdad sino dominación islámica.
Estas son críticas razonables. Pero, ¿son Zahalka y sus colegas - quienes enfrentan discriminación estructural en un Estado judío- antisemitas porque quieren reemplazar el sionismo por un nacionalismo cívico que promete igualdad para las personas de todos los grupos étnicos y religiosos? Por supuesto que no.
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Finalmente, hay un tercer argumento para explicar por qué el anti-sionismo es igual al antisemitismo. Es que, como cuestión práctica, ambas simplemente van juntas.
“Por supuesto, es teóricamente posible distinguir el anti-sionismo del antisemitismo, así como teóricamente es posible distinguir el segregacionismo del racismo", escribe Stephens. En realidad, de todos modos, al igual que prácticamente todos los segregacionistas son también racistas, prácticamente todos los anti-sionistas también son antisemitas. Rara vez encuentras uno sin el otro.
Pero esa afirmación es empíricamente falsa. En el mundo real, el anti-sionismo y el antisemitismo no siempre van de la mano. Es fácil encontrar antisemitismo entre las personas que, lejos de oponerse al sionismo, lo aceptan con entusiasmo.
Antes de la creación de Israel, algunos de los líderes mundiales que más ardientemente promovían la condición de Estado judío lo hacían porque no querían a los judíos en sus propios países. Antes de declarar, como Secretario de Relaciones Exteriores en 1917, que Gran Bretaña “ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío", Arthur Balfour apoyó la Ley de Extranjería de 1905, que restringía la inmigración judía al Reino Unido.
Y dos años después de su famosa declaración, Balfour explicó que el sionismo “mitigaría las antiguas miserias creadas en la civilización occidental debido a la presencia en su medio de un Cuerpo [los judíos] que durante mucho tiempo consideró como extraño e incluso hostil, pero que era igualmente incapaz de expulsar o absorber”.
En la década de 1930, el gobierno polaco adoptó una opción similar. Fue el partido gobernante, que excluyó a los judíos, el que entrenó a combatientes sionistas de Betar y el Irgun en las bases militares polacas. ¿Por qué? Porque quería que los judíos polacos emigraran. Y un Estado judío les daría un lugar donde ir.
Encontrarán ecos de este sionismo antisemita entre algunos cristianos estadounidenses de derecha que son mucho más amigables con los judíos de Israel que con los judíos de los Estados Unidos. En 1980, Jerry Falwell, un aliado cercano del primer ministro israelí, Menachem Begin, dijo sarcásticamente que los judíos “pueden ganar más dinero accidentalmente de lo que usted puede ganarlo a propósito”.
Benjamin Netanyahu en 2005 dijo, “no tenemos un mejor amigo en todo el mundo que Pat Robertson” - el mismo Pat Robertson que más tarde llamó al ex juez de la Fuerza Aérea de Estados Unidos Mikey Weinstein un “pequeño judío radical” por promover la libertad religiosa en el ejército estadounidense. Después de ser criticado por la Liga Antidifamación en 2010 por llamar a George Soros un “titiritero” que “quiere poner de rodillas a Estados Unidos” y “obtener ganancias obscenas de nosotros”, Glenn Beck viajó a Jerusalén para participar en una manifestación pro israelí.
Más recientemente, Donald Trump, quien le dijo a la Coalición Judía Republicana en 2015 que “no me van a apoyar porque no quiero su dinero”, invitó al pastor de Dallas, Robert Jeffress, quien había dicho que los judíos van a ir al infierno por no aceptar a Jesús, para dirigir una oración en la ceremonia de inauguración de la embajada estadounidense en Jerusalén.
En 2017, Richard Spencer, quien encabeza multitudes que esgrimen saludos nazis, se llamó a sí mismo un “sionista blanco” que ve a Israel como un modelo para la patria blanca que quiere erigir en Estados Unidos.
Algunos de los líderes europeos que trafican más descaradamente con el antisemitismo también abogan públicamente por el sionismo: el húngaro Viktor Orban, Heinz-Christian Strache del Partido de la Libertad de extrema derecha de Austria y Beatrix von Storch de la Alternativa para Alemania, que promueve la nostalgia por el Tercer Reich.
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Si existe el antisemitismo sin el anti-sionismo, entonces también existe claramente el anti-sionismo sin el antisemitismo.
Por ejemplo, la secta jasídica más grande del mundo: Satmar. En 2017, veinte mil hombres de Satmar, un número mayor al que asistió a la Conferencia Política de AIPAC de ese año, llenaron el Barclays Center de Brooklyn para un mitin destinado a mostrar, en palabras de un organizador, que “creemos firmemente que no debería haber ni podría haber un Estado de Israel antes de que venga el Mesías”.
El año pasado, el rabino de Satmar Aaron Teitelbaum dijo a miles de seguidores que “continuaremos luchando la guerra de Dios contra el sionismo y todas sus naturalezas”. Se puede decir lo que uno quiera sobre el rabino Teitelbaum y el Satmar, pero no son antisemitas.
Tampoco lo es Avrum Burg. Burg, ex presidente de la Knéset, declaró en 2018 que el crecimiento de los asentamientos en Cisjordania había hecho imposible la solución de los dos Estados. De este modo, argumentó, los israelíes deben “apartarse del paradigma sionista y pasar a un paradigma más inclusivo. Israel debe pertenecer a todos sus residentes, incluidos los árabes, no solo a los judíos".
Otros progresistas judíos israelíes, entre ellos el ex alcalde de Jerusalén Meron Benvenisti, el columnista de Haaretz Gideon Levy y los activistas del Movimiento de la Federación, han seguido un camino similar. ¿Se puede cuestionar sus propuestas? Por supuesto. ¿Son antisemitas? Por supuesto que no.
Sin duda, algunos anti-sionistas realmente son antisemitas: David Duke, Louis Farrakhan y los autores del Pacto de Hamas de 1988 ciertamente califican como antisemitas. También lo hacen los matones del movimiento de los chalecos amarillos de Francia que llamaron a Finkielkraut una “sucia mierda sionista”.
En algunos ámbitos, hay una tendencia creciente y censurable a utilizar el hecho de que muchos judíos son sionistas (o simplemente se supone que son sionistas) para excluirlos de los espacios progresistas. Las personas que se preocupan por la salud moral de la izquierda estadounidense lucharán durante los próximos años contra este prejuicio.
Pero mientras que es probable que esté en aumento el antisemitismo anti-sionista, también lo está el antisemitismo sionista. Y, al menos en Estados Unidos, no está claro que los anti-sionistas tengan más probabilidades de albergar actitudes antisemitas que las personas que apoyan al Estado judío.
En 2016, la ADL (Liga Antidifamación) midió el antisemitismo al preguntar a los estadounidenses si estaban de acuerdo con afirmaciones como “los judíos tienen demasiado poder” y “a los judíos no les importa lo que le suceda a nadie más que a los de su propia clase”.  Se encontró que el antisemitismo era más alto entre las personas mayores y con poca educación: “Los estadounidenses más educados están notablemente libres de puntos de vista prejuiciosos, mientras que los estadounidenses con menos educación son más propensos a tener puntos de vista antisemitas. La edad también es un fuerte vaticinador de propensiones antisemitas. Los estadounidenses más jóvenes, menores de 39 años, también están notablemente libres de puntos de vista prejuiciosos".
Sin embargo, en 2018, cuando el Pew Research Center encuestó las actitudes de los estadounidenses sobre Israel, descubrió el patrón inverso: los estadounidenses mayores de 65 años, la misma cohorte que expresó el mayor antisemitismo, también expresaron la mayor simpatía por Israel. En contraste, los estadounidenses menores de 30 años, quienes según la ADL abrigaban el menor antisemitismo, eran los menos simpatizantes de Israel.
Lo mismo ocurrió con la educación. Los estadounidenses que poseían un título de secundaria o menos -la cohorte educativa más antisemita- eran los más pro israelíes. Los estadounidenses con “títulos de posgrado”, los menos antisemitas, fueron los menos pro-israelíes.
Según la evidencia estadística, esto no está herméticamente cerrado. Pero confirma lo que cualquiera que escuche comentarios políticos progresistas y conservadores puede comprender: que los progresistas más jóvenes son altamente universalistas. Sospechan de cualquier forma de nacionalismo que parezca segregacionista. Ese universalismo los hace sospechar del sionismo y del nacionalismo cristiano blanco que en Estados Unidos a veces se transforma en antisemitismo.
En contraste, algunos de los partidarios más viejos de Trump, que temen un globalismo homogeneizador, admiran a Israel por preservar la identidad judía y anhelan preservar la identidad cristiana de Estados Unidos de modos que excluyan a los judíos.
Si el antisemitismo y el anti-sionismo son conceptualmente diferentes y, en la práctica, son adoptados por personas diferentes, ¿por qué los políticos como Macron están respondiendo al aumento del antisemitismo llamando al anti-sionismo una forma de intolerancia? Porque, en muchos países, eso es lo que los líderes judíos de la comunidad quieren que hagan.
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Es un impulso comprensible: dejar que las personas amenazadas por el antisemitismo definan el antisemitismo.
El problema es que, en muchos países, los líderes judíos sirven como defensores de los intereses judíos locales y como defensores del gobierno israelí. Y el gobierno israelí quiere definir el anti sionismo como intolerancia, porque al hacerlo ayuda a Israel a matar impunemente la solución de los dos Estados.
Durante años, Barack Obama y John Kerry advirtieron que, si Israel continuaba con el crecimiento de los asentamientos en Cisjordania que hace imposible un Estado palestino, los palestinos dejarían de exigir un Estado palestino junto a Israel y en su lugar exigirían un Estado entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, ni judío ni palestino, que sustituya a Israel.
Definir el anti-sionismo como antisemitismo reduce esa amenaza. Significa que, si los palestinos y sus simpatizantes responden al rechazo de la solución de los dos Estados exigiendo un Estado igualitario, algunos de los gobiernos más poderosos del mundo los declararán intolerantes.
Lo que deja a Israel libre para afianzar su propia versión de un Estado, el cual niega a millones de palestinos los derechos básicos.
Silenciar a los palestinos no es una forma particularmente efectiva de combatir el aumento del antisemitismo, gran parte del cual proviene de personas a los que no les gustan ni los palestinos ni los judíos. Pero, igual de importante, socava la base moral de esa lucha.
El antisemitismo no está mal porque está mal denigrar y deshumanizar a los judíos. El antisemitismo está mal porque está mal denigrar y deshumanizar a cualquiera. Lo que significa, en última instancia, que cualquier esfuerzo para combatir el antisemitismo que contribuya a la denigración y deshumanización de los palestinos no es, en absoluto, una lucha contra el antisemitismo.
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Artículo publicado el 27 de febrero de 2019 en The Forward como “Debunking The Myth That Anti-Zionism Is Anti-Semitic” https://forward.com/opinion/419988/debunking-the-myth-that-anti-zionism-is-anti-semitic/  Traducción: Roberto Faur.  

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