Gaza: Cuando los judíos estadounidenses [y latinoamericanos] se mienten a sí mismos - Peter Bienart



Gaza: Cuando los judíos estadounidenses [y latinoamericanos] se mienten a sí mismos. 
Por Peter Beinart
Abril 26, 2018.


“En nuestra época”, escribió George Orwell en 1946, “el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible”.  El colonialismo británico, el gulag soviético y el lanzamiento de una bomba atómica, argumentó, “pueden ser defendidos, pero sólo por argumentos que son demasiado crueles para que la mayoría de las personas puedan enfrentarlos”. Entonces, ¿cómo defiende la gente lo indefendible?  A través “de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras”. Ocultando la verdad.
Eso es lo que sucede, más de 70 años después, con la política israelí hacia la Franja de Gaza.  La verdad es demasiado cruel como para defenderla honestamente.  ¿Por qué miles de palestinos arriesgan sus vidas corriendo hacia los francotiradores israelíes que protegen la valla que rodea a Gaza?  Porque Gaza se está volviendo inhabitable.  Eso no es una hipérbole.  Las Naciones Unidas señalan que Gaza será “inhabitable” para 2020, tal vez antes.
Hamás tiene parte de la culpa: su negativa a reconocer a Israel, sus décadas de ataques terroristas y su autoritarismo han empeorado la difícil situación de Gaza.  La Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas también tiene parte de la culpa.  Lo mismo ocurre con Egipto.
Pero el actor con mayor poder sobre Gaza es Israel.  Las políticas israelíes son fundamentales para negar a los habitantes de Gaza el agua, la electricidad, la educación y los alimentos que necesitan para tener vidas decentes.
¿De qué manera los agradables, respetables y bien intencionados judíos estadounidenses [y también los de las comunidades latinoamericanas] defienden esta situación? ¿Cómo respaldan la asfixia de dos millones de seres humanos?  Orwell proporcionó la respuesta.  Lo hacen porque los líderes judíos, tanto en Israel como en Estados Unidos [y otros países], encierran las acciones de Israel en una niebla de eufemismos y mentiras.
La niebla consiste, sobre todo, en tres palabras: “retirada”, “seguridad” y “Hamás”.  Palabras que parecen absolver a Israel de la responsabilidad del horror que supervisa.

Retirada
Comencemos con “retirada”.  A principios de este mes, el embajador de Israel ante las Naciones Unidas, Danny Danon, defendió los disparos de Israel contra manifestantes en su mayoría desarmados al declarar que “nos retiramos por completo de la Franja de Gaza en agosto de 2005, retiramos a cada uno de los residentes israelíes, quitamos cada una de las casas, fábricas y sinagogas.  No somos responsables del bienestar de la gente de Gaza”.  Los líderes judíos estadounidenses [y latinoamericanos] hacen eco del reclamo.  “Israel se retiró totalmente” de Gaza, escribió el año pasado Kenneth Bandler, director de relaciones con los medios del Comité Judío Estadounidense.   Por lo tanto, los palestinos que corren hacia la cerca de Gaza con Israel son el equivalente de los mexicanos que cruzan el Río Grande. “Ninguna nación”, insiste la Conferencia de Presidentes de las principales organizaciones judías estadounidenses, “toleraría tal amenaza” a su “soberanía”.
Estas son ficciones que funcionan como anestesia.  Sí, Israel retiró a sus colonos y soldados en 2005.  Pero Israel todavía controla Gaza.  Lo controla de la misma manera que un guardia de la prisión puede controlar un patio de la prisión en el que nunca pone un pie adentro.
Primero, Israel declara qué áreas de Gaza están fuera de los límites de las personas que viven allí.  Israel ha establecido zonas de amortiguamiento – las llama Áreas Acceso Restringido- para mantener a los palestinos lejos de la cerca que separa a Gaza de Israel.  Según las Naciones Unidas, esta área restringida ha variado en la última década de 100 a 500 metros, que equivale a algo así como un tercio de la tierra cultivable de Gaza.  Las personas que ingresan a estas zonas pueden, y lo han sido a lo largo de los años, ser disparadas [como objetivos de militares].
Además de excluir a los palestinos de gran parte de las mejores tierras de Gaza, Israel los excluye de gran parte de las aguas marítimas de Gaza.  En 1993, los Acuerdos de Oslo prometieron a los pescadores gazatíes el derecho a pescar a 20 millas náuticas [aproximadamente 37 kilómetros] de la costa.  Pero desde entonces, Israel generalmente ha restringido la pesca a entre tres y seis millas náuticas [entre cinco y 11 kilómetros]. (Ocasionalmente, ha extendido el límite a nueve millas náuticas [16 kilómetros]).  Dado que las sardinas, que las Naciones Unidas llaman la “pesca más importante” de Gaza, “florece en el límite de las seis millas náuticas”, estas limitaciones han sido desastrosas para los pescadores de Gaza.
La segunda forma en que Israel todavía controla Gaza es controlando sus fronteras.  Israel controla el espacio aéreo sobre Gaza y no ha permitido la reapertura del aeropuerto de Gaza, que bombardeó en 2001.  Tampoco permite los viajes desde y hacia Gaza por mar.
Israel también controla la mayor parte del acceso terrestre a Gaza.  Es cierto que, además de los dos puntos fronterizos activos de Gaza con Israel, tiene un tercero, Rafah, con Egipto.  Pero incluso aquí, Israel ejerce una influencia sustancial.  Cuando se le preguntó esta semana sobre el deseo de Hamás de repatriar el cuerpo de un militante muerto a través de Rafah, el ministro de Educación israelí, Naftali Bennett, se jactó: “¿Podríamos evitarlo? La respuesta es sí.”
Esto no exculpa al líder egipcio, el general Abdel Fattah el-Sisi, quien, a su descrédito, ha mantenido en gran medida cerrado el cruce de Rafah desde que asumió el poder en 2013. Pero incluso cuando Rafah está abierto, no es un conducto significativo para las exportaciones gazatíez.  Como me explicó Sari Bashi de Human Rights Watch, en Egipto hay poco mercado para los bienes procedentes de Gaza, porque esos bienes son costosos para los consumidores egipcios y porque el transporte a través del Sinaí es difícil.  Entonces, cuando se trata de bienes que salen de Gaza, la Franja está básicamente bajo control israelí.
Finalmente, y quizás lo más agudo, Israel controla el registro de población de Gaza. Cuando nace un niño en Gaza, sus padres registran el nacimiento, a través de la Autoridad Palestina, con el ejército israelí.  Si Israel no ingresa al niño o la niña en su sistema informático, Israel no reconocerá su tarjeta de identificación palestina.  Desde la perspectiva de Israel, él o ella no existirán legalmente.
Este control no es meramente teórico.  Si Israel no reconoce su tarjeta de identificación palestina, es poco probable que le permita entrar o salir de Gaza. Y debido a que Israel ve a los palestinos como una amenaza demográfica, usa este poder para mantener a la población en Gaza, y especialmente en Cisjordania, tan baja como sea posible.  Israel rara vez agrega adultos al registro de la población palestina.  Eso significa que, si eres, digamos, un jordano que se casa con alguien de Gaza y quiere mudarse allí para vivir con ella, probablemente no tengas suerte.  Israel no te dejará entrar.
Israel es aún más celoso de limitar el número de palestinos en Cisjordania, donde todavía tiene colonos.  Entonces, cuando los palestinos se mudan de Gaza a Cisjordania, Israel generalmente les niega el permiso para actualizar sus direcciones, lo que significa que no pueden quedarse legalmente.  Israel puede incluso evitar que los niños en Gaza cambien su dirección a Cisjordania para vivir con alguno de sus padres.  Digamos que un niño vive con su madre en Gaza, pero tiene un padre en Cisjordania.  Si la madre muere, e Israel considera que hay un cuidador adecuado en Gaza, puede usar eso como motivo para negarle al niño el derecho a reunirse legalmente con su padre en Cisjordania.
No escuchará de esto en la reunión anual del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC).  Pero en estas y en muchas otras formas, Israel restringe las vidas de prácticamente todas las personas en Gaza.  Como lo ha observado el indispensable grupo israelí de derechos humanos Gisha: “Los residentes de Gaza no pueden traer una caja de leche a la Franja de Gaza sin el permiso israelí; una universidad de Gaza no puede recibir visitas de un conferenciante extranjero a menos que Israel expida un permiso de visitante; una madre de Gaza no puede inscribir a su hijo en el registro de población palestina sin la aprobación israelí; un pescador de Gaza no puede pescar en la costa de Gaza sin el permiso de Israel; una organización sin fines de lucro de Gaza no puede recibir una donación de bienes exenta de impuestos sin la aprobación israelí; un maestro de Gaza no puede recibir su salario a menos que Israel acepte transferir los ingresos fiscales al Ministerio de Educación palestino; un granjero de Gaza no puede llevar sus claveles y tomates cherry al mercado a menos que Israel permita que los bienes salgan de Gaza”.  Afirmar que Israel se despojó de la responsabilidad de Gaza cuando se “retiró totalmente” en 2005 puede aliviar las conciencias judías estadounidenses [y latinoamericanas].  Pero es una mentira.
Es una mentira que impide que los judíos estadounidenses [y latinoamericanos] tengan en cuenta el efecto que el control israelí ha tenido sobre la gente común y corriente.  En tres guerras, en 2008-2009, 2012 y 2014, el bombardeo israelí dañó aproximadamente 240,000 hogares de Gaza.  Según The New York Times, la Operación Plomo Fundido, en 2008-2009, costó a la economía de Gaza cuatro mil millones de dólares, casi tres veces el PIB anual de la Franja. La operación Margen Protector en 2014 dañó o destruyó más de 500 escuelas y jardines de infantes, afectando a 350,000 estudiantes.
Esta destrucción, junto con el rápido crecimiento demográfico de Gaza, ha creado una gran necesidad de infraestructura y servicios.  Pero las zonas de amortiguación de Israel y el bloqueo parcial hacen imposible que la Franja se reconstruya efectivamente.  En los últimos tres años, Israel, en su haber, ha relajado las restricciones a los bienes que entran y salen de Gaza.  Aun así, las Naciones Unidas informan que, en gran medida debido a “las continuas restricciones a la exportación” y “restricciones a la importación de materiales y equipos necesarios para la producción local”, Gaza exportó menos de una quinta parte en 2016 comparado con que lo había exportado en la primera mitad de 2007.
Las consecuencias de este colapso económico han sido profundas. Según las Naciones Unidas, aproximadamente la mitad de la población de Gaza tiene índices de “inseguridad alimentaria que van de moderada a grave”, un 30% más que hace una década.  Los hospitales carecen de medicamentos esenciales.  La escasez de maestros y edificios ha obligado a muchas escuelas a realizar turnos dobles e incluso triples, lo que significa que muchos niños asisten a la escuela solo durante cuatro horas al día.  (Probablemente el gobierno de Trump empeorará las cosas al retener donaciones a la Agencia de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas, que administra muchas de las escuelas de Gaza).  La mayoría de la gente en Gaza recibe solo unas pocas horas de electricidad por día.  Abbas, que en un esfuerzo por debilitar a Hamas el año pasado recortó la cantidad que le paga a Israel por la electricidad de Gaza, tiene parte de la culpa de eso.  Pero también lo hace Israel, cuyas restricciones a la exportación les niega a los funcionarios de servicios públicos en Gaza el dinero para comprar combustible suficiente o para reconstruir completamente la central eléctrica de Gaza que Israel bombardeó en 2006.
Lo más alarmante de todo es el menguante suministro de agua de Gaza. En 2000, el 98% de los residentes de Gaza tenían acceso a agua potable a través de su red pública.  Para 2014, la cifra había bajado a 10%.  Debido a que el bombeo excesivo dañó el acuífero costero de la Franja, las Naciones Unidas advirtieron el año pasado que “la única fuente de agua de Gaza se agotará, y de forma irreversible, para 2020, a menos que se tomen medidas correctivas inmediatas”.  La mejor solución a largo plazo es construir una nueva planta de desalinización. Pero Gaza no tiene la electricidad ni el dinero para hacerlo.  Israel no es un espectador en esta catástrofe.  Es una causa primaria.

Seguridad
Si se les presiona sobre estos hechos, los líderes judíos estadounidenses [y latinoamericanos] reconocerán que el sufrimiento en Gaza es profundamente desafortunado.  Pero implementarán un segundo término para justificar la situación: “seguridad”.  Lea las declaraciones sobre Gaza de AIPAC y de The Anti-Defamation League (ADL) y encontrará el término “bloqueo de seguridad”.  La implicación es clara: Israel solo perjudica a las personas en Gaza cuando es absolutamente necesario para mantener a los israelíes a salvo. [Vale la pena hacer el mismo ejercicio de conciencia respecto a las declaraciones de los liderazgos judíos en América Latina].
Pero esto, también, es falso.  Ciertos elementos del bloqueo tienen una lógica justificable de seguridad.  Israel, por ejemplo, restringe la importación a Gaza de muchos productos de “doble uso”, desde cemento y acero hasta grúas, máquinas de rayos X y detectores de humo, tablones de madera de más de cinco centímetros y, también, baterías y repuestos necesarios para aparatos auditivos para niños.  Las consecuencias económicas y humanitarias de estas restricciones son a menudo graves.  Y la definición de Israel de “doble uso” es mucho más amplia que los estándares internacionales.  Aun así, la mayoría de los productos que Israel restringe podrían usarse para atacar a Israel, por lo que existe una lógica de seguridad para restringirlos.
También se puede argumentar que las zonas de amortiguamiento y las restricciones a la pesca de Israel sirven a la seguridad israelí.  Si los palestinos se mantienen alejados de la valla, los cohetes que lanzan a Israel no pueden llegar tan lejos.  Si los barcos palestinos se mantienen más cerca de la costa, son más fácil de rastrear para la armada israelí.  Dado el daño que estos límites causan a los agricultores y pescadores, Israel debería pagarles una compensación.  También debería compensar a los palestinos que sufren las restricciones de importación impuestas por Israel.  Pero si uno piensa que estas restricciones justifican el costo humano, al menos es posible adivinar el fundamento de seguridad que subyace en ellas.
Sin embargo, cuando se examinan las restricciones israelíes para que los gazatíes viajen y exporten sus bienes, colapsan buena parte de las racionalizaciones de seguridad de AIPAC y el ADL.  Con raras excepciones, los estudiantes de Gaza no pueden viajar a Cisjordania para estudiar.  Los académicos e investigadores en Gaza normalmente no pueden salir para asistir a conferencias internacionales, ni los académicos extranjeros pueden visitar la Franja.  Las familias en Gaza no pueden viajar a Cisjordania o Israel para visitar a sus familias a menos que un “pariente de primer grado” (padre, hijo, hermano) se case, muera o esté a punto de morir. Permitir que alguien salga de Gaza para visitar a su abuelo moribundo es un riesgo de seguridad inaceptable, evidentemente, mientras que dejarlos salir para visitar a un padre moribundo no lo es.
El bloqueo de Israel a las exportaciones es igualmente extenso y arbitrario.  Israel permite a los agricultores de Gaza vender tomates y berenjenas a Israel, pero no papas, espinacas y frijoles.  Les permite exportar 450 toneladas de berenjenas y tomates por mes, pero no más. La espinaca, evidentemente, es más peligrosa que la berenjena.  Y 500 toneladas de berenjenas y tomates son más peligrosos que 450.
Desde una cierta perspectiva ultra-miope, incluso esto tiene un fundamento de seguridad.  Si ves a cada persona saliendo de Gaza solo como terrorista potencial y a cada contenedor solo como el posible escondite de una bomba, menos personas y bienes abandonan Gaza hacia Israel o Cisjordania (donde, a diferencia de Gaza, todavía viven israelíes), y, bajo esa lógica, Israel es más seguro.  Lo que esto ignora es que el terrorismo no solo requiere oportunidad; también requiere intención.  Y cuando quiebras a un granjero de Gaza bloqueando sus exportaciones o aplastas los sueños de un estudiante de Gaza negándole la oportunidad de estudiar en el extranjero, puedes engendrar la desesperación y el odio que produce el terrorismo y así socavar la misma seguridad israelí que intentas salvaguardar.
El pequeño y sucio secreto del bloqueo de Israel es que sus elementos están motivados menos por razones de seguridad convincentes que por el interés económico propio.  En 2009, Haaretz expuso la forma en que los intereses agrícolas israelíes ejercen presión para mitigar las restricciones a las importaciones a Gaza cuando los agricultores israelíes quieren vender bienes excedentes.  En 2011, Israel se enfrentó con una escasez de lulavs, las hojas de palmera que los judíos observantes agitan en las fiestas de Sucot.  Entonces Israel levantó su prohibición sobre la exportación de hojas de palma de Gaza.  ¿El riesgo de seguridad había cambiado de repente?  Por supuesto que no.  Lo que había cambiado fueron las necesidades de los consumidores israelíes.
Cuando lo piensas, esto no es sorprendente.  El gobierno israelí es responsable ante los ciudadanos israelíes.  No es responsable ante la gente de Gaza, a pesar de ejercer un enorme poder sobre sus vidas.  Cuando los gobiernos ejercen un poder irresponsable, se vuelven abusivos y corruptos.  ¿Por qué Israel mantiene un bloqueo que no solo es cruel sino, de alguna manera, absurdo?  Porque puede.

Hamás
Estrechamente asociada con la justificación de “seguridad” existe una tercera palabra que destaca en la defensa que hacen los liderazgos judíos estadounidenses [y latinoamericanos] de la política israelí en Gaza: “Hamás”.  AIPAC declaró en un reciente correo electrónico de recaudación de fondos que “Hamás tiene una estrategia deliberada: desafiar la soberanía de Israel, atacar a los ciudadanos israelíes mientras se esconden detrás de la gente de Gaza, y encontrar nuevas formas de amenazar el derecho mismo de Israel a existir”.  Las recientes protestas en la frontera, argumentó Jonathan Greenblatt, quien preside al ADL, “destacaron convocatorias literales de los líderes de Hamas en las multitudes para marchar ‘a Jerusalén’, un tema consecuente con la ideología de Hamas, que es destruir al Estado judío". Por un lado, los líderes judíos estadounidenses [y latinoamericanos] insisten en que Israel ya no controla Gaza. Pero cuando se les confronta con el control que ejerce Israel, sus justificaciones generalmente se reducen a: “seguridad” y “Hamás”. 
Hamás es de hecho una fuerza cruel y destructiva, tanto para israelíes como para palestinos. Tiene un largo y terrible historial de ataques terroristas.  No reconoce a Israel.  Su ideología islamista es profundamente opresiva, especialmente para las mujeres, los palestinos LGBTQ y disidentes religiosos. 
Pero Hamás no obligó a Israel a adoptar las políticas que han devastado Gaza. Esas políticas representan una elección, una opción que no solo no ha logrado deshacerse de Hamás, sino que también ha creado las mismas condiciones en las que prospera el extremismo.
En enero de 2006, cuatro meses después de que Israel retiró a sus colonos de Gaza, los palestinos en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental acudieron a las urnas para elegir representantes para el parlamento de la Autoridad Palestina. (El presidente palestino Mahmoud Abbas fue elegido por separado un año antes).  Hamás ganó solo el 45% de los votos.  Pero debido a que Fatah, el partido relativamente secular fundado por Yasser Arafat, participó con múltiples candidatos en varios distritos, dividiendo así el voto, Hamás obtuvo el 58% de los escaños.
Esto le presentó a Israel un problema.  En los años setenta y ochenta, los líderes israelíes habían visto a los islamistas palestinos como más moderados que la OLP dominada por Fatah, y por lo tanto les permitían una mayor libertad para organizarse.  En su libro Gaza: A History, el académico francés Jean-Pierre Filiu señala que, en 1988, un año después de la creación de Hamás, uno de los cofundadores del partido, Mahmoud Zahar, se reunió con el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Shimon Peres, “para proponer un reconocimiento tácito de Israel a cambio de su retirada de los territorios ocupados en 1967”.
Pero cuando la OLP reconoció públicamente a Israel en 1988 y reafirmó ese reconocimiento al comienzo del Proceso de Paz de Oslo en 1993, el rechazo de Hamás se hizo imposible de ignorar para Israel.  Hamás denunció a la OLP por reconocer a Israel. Y durante el Proceso de Oslo y la Segunda Intifada que siguió, Hamas lanzó numerosos ataques terroristas.  Por lo tanto, no es sorprendente que Israel no haya recibido con buenos ojos a un gobierno liderado por Hamás.
Hubo, sin embargo, señales de que Hamás podría estar suavizando su oposición a la opción de dos Estados.  Tan solo su decisión de competir en la campaña de 2006 -después de boicotear las elecciones previas de la Autoridad Palestina con el argumento de que legitimaron el Proceso de Oslo- sugirió un cambio.  En su manifiesto electoral de 2006, Hamas no hizo referencia a la destrucción de Israel.  En cambio, habló sobre “el establecimiento de un Estado independiente cuya capital es Jerusalén”.  Después de su victoria sorpresiva, los líderes de Hamás no ofrecieron reconocer a Israel.  Pero Zahar declaró que, a cambio de “nuestro Estado independiente en el área ocupada [en] '67,” Hamas apoyaría una “tregua de largo plazo” y “después de eso, dejar que el tiempo cure”. (Como ex funcionario de la CIA Paul Pillar ha señalado, una tregua a largo plazo es lo que existe hoy entre Corea del Norte y Corea del Sur, ya que ningún tratado de paz puso fin oficialmente a la Guerra de Corea.)  Otro líder de Hamás, Khaled Meshal, argumentó que “si Israel se retira a las fronteras de 1967, podría haber paz y seguridad en la región”.
Probablemente Hamás estaba siguiendo a la opinión pública.  Las encuestas de salida del encuestador palestino Khalil Shikaki encontraron que mientras Hamás se beneficiaba con la corrupción de Fatah y el incumplimiento de la ley y el orden, el 75% de los votantes palestinos -y un notable 60% de los votantes de Hamás- favorecían la solución de dos Estados.  Tal vez eso explica por qué, después de su victoria, Hamas propuso un gobierno de unidad con Fatah “con el fin de poner fin a la ocupación y los asentamientos y lograr una completa retirada de las tierras ocupadas en 1967, incluida Jerusalén, para que la región disfrute de calma y estabilidad durante esta fase”.
Israel podría haber aceptado esto.  Incluso en un gobierno de unidad, Abbas, quien había sido elegido por separado, habría permanecido como presidente.  Se asumió ampliamente que, si llegaba a un acuerdo de paz con Israel, tanto los palestinos como los israelíes, votarían a favor de él en un referéndum.  La pregunta crucial, por lo tanto, no era si Hamás como partido respaldaba la solución de dos Estados. (Después de todo, el partido Likud de Benjamin Netanyahu nunca ha apoyado la solución de dos Estados.)  La cuestión crucial era si Hamás respetaría la voluntad del pueblo palestino si éste respaldaba formalmente un acuerdo que contemplara dos Estados, (algo que más tarde Hamás prometió hacer).  Si Hamás, o cualquier otra facción palestina, hubiera cometido actos de violencia, Israel habría conservado el derecho a responder.
Ese fue el camino no tomado.  En cambio, Estados Unidos e Israel exigieron que Hamás renunciara formalmente la violencia, aceptara la solución de dos Estados y reconociera los acuerdos de paz pasados, un estándar que el propio gobierno de Netanyahu no cumple. Hamás, que pasó los años de Oslo señalando como incauta a la OLP por reconocer a Israel sin obtener un Estado palestino a cambio, se negó.  Entonces, Washington y Jerusalén presionaron a Abbas para que rechazara un gobierno de unidad nacional y gobernara sin un parlamento elegido democráticamente.  Luego, en 2007, el gobierno de Bush alentó al asesor de seguridad nacional de Abbas, Mohammed Dahlan, a expulsar a Hamás de Gaza por la fuerza, una estrategia que resultó contraproducente cuando Hamás ganó la batalla sobre el terreno.  Y con Hamás una vez instalado en el poder, Israel reforzó drásticamente su bloqueo de Gaza, que ha mantenido, con modificaciones, desde entonces.
El resultado: Gaza ha sido devastada y Hamás permanece en el poder.
Lo que nos lleva a las protestas actuales.  Los defensores estadounidenses [y latinoamericanos] del gobierno israelí insisten en que Israel no puede permitir que miles de manifestantes, algunos de ellos violentos, derriben la valla y comiencen a correr hacia los kibutzim y las ciudades al otro lado.  Eso es cierto, pero se pierde el asunto crucial.  A ningún gobierno le resulta fácil sofocar las protestas masivas.  La pregunta de fondo es siempre la misma: ¿qué ha hecho ese gobierno para abordar los agravios que provocaron las protestas en primer lugar? Durante más de una década, la respuesta de Israel al problema de Gaza ha sido el castigo colectivo y la fuerza terrorífica.  Por períodos de tiempo, esto ha mantenido a Gaza en silencio. Y puede que suceda de nuevo.  En las próximas semanas, los soldados israelíes pueden matar y mutilar a suficientes manifestantes para asustar al resto para que regresen de vuelta al enclave de su prisión.  Pero tarde o temprano, Gaza se levantará nuevamente.  Y cuanto más Israel sofoque a su gente, más desesperados y vengativos serán sus levantamientos.  Un niño de 10 años en Gaza ya ha sufrido tres guerras.  Según las Naciones Unidas, trescientos mil niños en Gaza sufren estrés postraumático solo por el conflicto de 2014.  ¿Los líderes judíos israelíes y estadounidenses [y latinoamericanos] realmente creen que embrutecerlos aún más negándoles comida, educación, electricidad y agua adecuadas los hará más propensos a vivir en paz con Israel?  Al mantener su bloqueo, Israel no está empujando a la próxima generación de Gaza hacia la coexistencia.  La está empujando hacia ISIS.
La alternativa es construir una estrategia sobre la esperanza y no sobre el castigo colectivo.  Comenzaría con el desmantelamiento de gran parte del bloqueo.  Israel tiene el derecho de examinar los transportes de carga que entran y salen de Gaza.  Tiene derecho a investigar a las personas que viajan desde y hacia la Franja, y a restringir su movimiento si encuentra evidencia de que son una amenaza.  Pero existe una gran diferencia entre restringir el movimiento de individuos particulares por los que tiene motivos para sospechar de terrorismo y restringir categorías enteras de personas sin sospecha individual alguna.  Hay una gran diferencia entre restringir ciertas importaciones que podrían usarse para construir túneles o bombas y prohibir la exportación de papas y frijoles.  Excepto cuando existe un peligro claro y específico, Israel debe permitir que la población de Gaza estudie, viaje, negocie y obtenga recursos para tener vidas decentes.  Hacerlo sería humano.  También sería sabio.  Israel estará más seguro cuando la gente en Gaza tenga algo que perder.
Una estrategia de esperanza implicaría permitir (e incluso alentar) a los palestinos en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este para celebrar elecciones libres por primera vez en más de 12 años.  Y eso requeriría permitir que los palestinos voten por el partido que elijan.  Israel tiene derecho a tomar represalias si Hamás, o cualquier otra facción palestina, lo ataca.  No tiene derecho a impedir que los palestinos voten por partidos que rechazan la solución de dos Estados cuando los israelíes lo hacen todo el tiempo.
Una estrategia de esperanza significaría aceptar la Iniciativa de Paz Árabe y los Parámetros de Clinton: un Estado palestino viable basado en las líneas de 1967.  Significaría terminar con el crecimiento de los asentamientos, y tal vez, incluso, pagar a los colonos para que se muden dentro de la línea verde a fin de mantener vivas las esperanzas de una solución de dos Estados.
Finalmente, una estrategia de esperanza requeriría que los líderes judíos israelíes y estadounidenses [y latinoamericanos] hablen honestamente sobre por qué el 70% de las personas en Gaza son refugiados o descendientes de refugiados.  Los judíos israelíes y estadounidenses encuentran aterrador que los manifestantes de Gaza hayan etiquetado sus manifestaciones como "La Gran Marcha del Retorno".  Pero seguramente los judíos -que rezaron durante 2,000 años para regresar a la tierra de la que fuimos exiliados- pueden entender por qué los palestinos en Gaza podrían anhelar tierras de las que fueron exiliados hace apenas 70 años.  Ese anhelo no convierte a los palestinos en antisemitas o terroristas.  Si Moshe Dayan pudo expresar simpatía en 1956 por los habitantes de “los campos de refugiados de Gaza” que han “visto, con sus propios ojos, cómo hemos hecho una patria de la tierra y las aldeas donde ellos y sus antepasados ​​alguna vez habitaron” ¿Por qué los líderes israelíes de hoy no pueden reconocer ni ofrecer una indemnización por la Nakba? ¿Por qué se considera inconcebible que Israel permita el regreso de un solo refugiado palestino cuando, en 1949, un Israel mucho más frágil, ofreció readmitir a 100,000?
Netanyahu y Trump.  ¿Pero quién lo hace absurdo?  En gran medida, nosotros los judíos estadounidenses lo hacemos.  La comunidad judía organizada de Estados Unidos no solo oculta la verdad sobre Gaza a sí misma.  Hace cabildeo con los políticos estadounidenses para que hagan lo mismo.  El establishment judío estadounidense exporta sus “eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras” a Washington [y a las comunidades judías de países latinoamericanos].  Excluye a los políticos que se atreven a sugerir que Israel tiene parte de la responsabilidad del sufrimiento de Gaza.  Al hacerlo, ayuda a mantener las políticas actuales de Israel y a excluir las alternativas.
La lucha por la decencia humana, argumentó Orwell, también es una lucha por un lenguaje honesto.  La complicidad de nuestra comunidad en la pesadilla humana en Gaza debería llenar de vergüenza a todos los judíos estadounidenses [y latinoamericanos].  El primer paso para terminar con esa complicidad es dejar de mentirnos a nosotros mismos.

Artículo publicado originalmente como  “American Jews Have Abandoned Gaza — And The Truth” en Forward, el 26 de abril de 2018, https://forward.com/opinion/399738/american-jews-have-abandoned-gaza-and-the-truth/.


[Traducción: Salvador Lobatón y José Hamra Sassón]

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